Ayer me sobrevino de nuevo todo lo que debía retomar, que desemboca en una sola consecuencia. Los Grandes Éxitos de los 90. No es más que el último y único proyecto literario que tengo en mente, dedicado a los amantes del fracaso y a los fans del error en sí. Suena un tanto pretencioso, pero nada más alejado de la realidad. Yo sólo quiero terminarlo y, ayer, en la mesa número 2 de la boda,la que flanqueaba a la derecha la mesa nupcial, me desdibujaba yo dando buena cuenta del güisqui, enmarcado en un retrato cargado de inciertas dosis de surrealismo.
Instante antes, durante la misa:
-Hijos míos, ¿os sentís felices en este momento? -preguntó el cura. Miró fijamente a los novios, que respondieron firmemente.
-Sí.
-Pues Dios lo está mucho más. -Os jodéis, le faltó decir.
Es lo que tienen las bodas católicas apostólicas vallesanas, que el que mola es Jesucristo y Dios te salve María, que llena eres de Gracia. Yo creía -a modo de creyente- hace algunos años que el respeto a la Iglesia debía ser algo a mantener mientras tuviera que asistir a ceremonias de similar índole, por cuestión de respeto y etcétera, sin embargo al verme sostener las carcajadas en la palma de mi mano bien aferrada a la boca bajo una desagradable imagen de la crucifixión, de lo más sangriento que yo recuerdo, así, visto en vivo, me hizo replantearme este hecho y que, si nadie dice lo contrario, lo importante es divertirse, allá donde vayas.
Luego los aperitivos, desde jamón ibérico a Sashimi, pasando por las croquetas y los calamares. Así de buenas, bien para empezar, luego en las mesas vinos, crepes centelleantes, solomillos mesetarios y salsas al Oporto. Cava y brindis, el güisqui del primer párrafo, brindis, tarta y más brindis; las mujeres destrozaban sus lacrimales cada vez que aquel viejo recitaba sus poesías, habiendo sido capaz, en público y sin vergüenza alguna, de rimar la palabra ilusión consigo misma, en sendos versos consecutivos. Puto plasta. La senectud de hoy en día no respeta a sus jóvenes. Tengo 32 años y no sé de qué lado estoy, el caso es que ahí todo eran parejas bien parecidas que un momento u otro aprovechaban para filetearse y escarbar bajo las faldas, y entrometerse en los bolsillos de los pantalones. Pantalones de pinza y bambas azules, por otra parte, con dos cojones y viva la modernidad.
Y yo a un lado, apareciendo únicamente en los casos que más me requirieron, es decir:
-En la barra para servirme los cubatas.
-Formando un pogo cuando todo el mundo se disponía a iniciar la coreografía de Coyote Dax en la canción Sopa de Caracol, o algo así.
-Meterme en todas las fotos haciendo el gilipollas con el único objetivo de torpedear la labor de los fotógrafos varios / cámara, sin que ello me supusiera esfuerzo alguno.
Así que regresé a casa orgulloso, con la sensación de que bastantes temas se iniciaban en el recorrido de vuelta, encerrado en el autocar con el viejo plasta, que dejó a un lado los poemas para empezar a contar chistes manidos, largos y por todos sabidos y saetas en primavera y un par de intentos de bajar en marcha del autocar.
Me despido de esta página y me paso a otra, a retomar el quinto capítulo, de 20, dejando mi regalo de bodas a los Novios, un regalo que no leerá nadie de los que ayer asistieron al evento narrado salvo un servidor, por lo que textos más inútiles que este habré escrito pocos. A mí la verdad, me dejó bastante satisfecho, aunque nada en comparación con lo que siente Dios ahora mismo (pedorreta).
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Me gustaba diario de un cenizo...
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