miércoles, 25 de agosto de 2010

Tontos

Hola damas y caballeros, buenas tardes, perdonen las molestias; sé que es una vergüenza que les esté pidiendo dinero, pero más vergüenza sería robárselo. Hace poco tiempo tuve un infarto muy grande y blablabla (…) medicamento (…) en la calle hace frío (…) blablabla (…) unos céntimos a ustedes no les suponen nada y a mí me permiten pagarme una cama una noche (…) pasen un buen día.

Una vez acabado el discurso más mecánico de la historia vagabunda, pasea entre los viajeros del vagón del metro en el que me encuentro, recibiendo no pocas limosnas, con su nariz roja y la peste a vino atestiguando las monedas a las que echa un vistazo antes de que caigan en la taza. Grita un descomunal “gracias”, para enfatizar que está recibiendo el fruto de su ensayo, insinuando que tú no puedes ser menos. Llámame cruel, pero yo no me creo nada, y lo que realmente deseo es pedirle el certificado médico que sostiene en su mano izquierda para echarle un vistazo con más detenimiento. Me retraigo. Cuando termina de auscultar los bolsillos de cada viajero cambia de vagón, pero no con el antiguo ritual de bajarse de uno para correr hasta el siguiente. Hoy día los vagones están cómodamente interconectados. Al verle cambiar de uno a otro plácidamente me percato de que la vida se ha vuelto mucho más fácil para todos, incluso para los falsos pedigüeños.



Después me doy cuenta de que ya hace tiempo que perdí el romanticismo vital y me muestro escéptico ante cualquier situación, y es más que probable que busque cualquier excusa para dar la espalda a aquello que no me incumbe. ¿Y qué hago ante esta situación? Evidentemente, darle la espalda. Tampoco gané nada en los tiempos más comprometidos, menos que nada. Se desprendería de un análisis potencial que el balance es negativo siempre. A lo más que llego es a donar 3 euros al mes, que supongo que caerán en saco roto o peor, en algún bolsillo astuto, y me da igual. Con esto mi conciencia social ya está dormida y descansa bien tranquila. De hecho tengo serias dudas acerca de la existencia de mi conciencia social, haber estado recluido tanto tiempo en empresas en las que los únicos y auténticos términos de relevancia son beneficio, margen e ingreso ha propiciado que caduque cualquier atisbo de solidaridad.

Eh, y no me parece nada mal, no pienses que hablo desde el más mínimo arrepentimiento; y además, si me lo echas en cara simplemente te daré la espalda, plié, plié y giro.

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