lunes, 14 de diciembre de 2009

Un desastre manifiesto

¡Eso!¡Eso ha sido mi día!

Y también el título de un blog divertido que acabo de leer. Me ha recordado a aquella ocasión en que escribí acerca del tórrido romance - romance tórrido que mantuve con Isabel Gemio cuando ella presentaba Lo que necesitas es amor y yo tenía 13 años y le ponía naipes a las ruedas de mi panther bmx para que petara como el motor de una Derbi Variant (Azul).

Y me ha recordado que hasta no hace mucho yo también me dedicaba a escribir invenciones absurdas con el único fin de divertirme, y no regodearme en el cenicismo.

Así pues, recupero una parcela de un proyecto inacabado:

—Yo … verá… tengo las manos ocupadas y no lograría jamás señalar tan bien como usted… — boeing, boeing—, el caso es que acabo de cerrar un negocio que … como salga…
De salir sería poco más o menos la obra del puto Espíritu Santo, pues no visitaba un cliente nuevo desde hacía años.
—¿Dónde? – me preguntó.
Cerré los ojos y señalé con la cabeza al primer edificio que se me plantó enfrente.
—¿En Serio, Viñas?— certificó su aprobación con una mueca labial y una inclinación del cuello —. La Illa Diagonal… ¿A qué tienda, en concreto?
Al abrir los ojos me quedé perplejo. El farol cuando es farol, ha de dejar ciego al oponente, pero ni toda la luz que pueda emitir un solo farol es capaz de iluminar ni una cuarta parte del primer gran centro comercial de Barcelona.
—Es una oferta conjunta y globalizada, Sr. Domènech, me he pateado todas las tiendas estratégicamente, para ofrecerles una reducción de precio sobre el volumen de operaciones. Puesto que la mayoría poseen almacenes interiores y pallets propios deteriorados como consecuencia de las reducidas dimensiones por tienda, el grado de interés es elevado.
—¿Todas las tiendas?— preguntó sorprendido.
—Ni la puta tienda Disney se va a resistir.
Me ofreció ayuda para llevar las cajas al coche, la cual desestimé, “estos bíceps no se alimentan del aire, Carles”, soltando una exagerada carcajada que él coreó al tiempo con la suya. Me hizo tanta gracia que repetí la sorna. Entre carcajada y carcajada le solté que en los sobres llevaba las invitaciones de la boda. Que me acompañaba en el sentimiento. Que estaba invitado con su pareja, finiquité. Así podía haberme quedado toda la mañana, como si no tuviera ya bastantes cosas que hacer (comer, dormir la siesta, pasarme por el trabajo, además de cerrar un negocio, yo, que ni me acordaba).
—Diego… Viñas, la semana que viene repasaremos detalles de la operación… —echó un vistazo a la agenda, marcó con su lápiz electrónico, tachando alguna cita anterior. Marcó—: ¿Qué tal el jueves de la semana que viene, tras el cierre?
Su puta madre en tanga. Al final dejé las cajas con cierta violencia y sus respectivos sobres encima del capó de un coche aparcado justo allí al lado, sin más. La alarma se activó; Carles Domènech la desactivó en un periquete algo malhumorado, de repente. Joder, no habrá párkings para dejar un jaguar en la calle, un jaguar en condiciones de leasing, como mi Passat. Eché mano de mi bolsillo interior para coger la PDA. Meses llevaba sin encenderla. Ni guarra del pin. Comencé a silbar la sinfonía 9ª del Nuevo Mundo, de Dvorak, y a darle leñazos con mi bolígrafo electrónico al aparato.
—A-já—simulé— El jueves de la semana que viene estaré libre a partir de … las 12 –los jueves no madrugaba, por lo general— , por lo que a partir de entonces y hasta las 5 – más que nada para no estresarme— , que tengo otra reunión, estaré libre.
—Bien—zanjó—, pásese por mi despacho, reservaré mesa en el Botafumeiro, e iremos a comer juntos; espero que para entonces tenga datos alentadores y pueda esbozarme un breve resumen.
—¿Breve? —me ladeé, irónicamente—, no se preocupe, lo tengo por la mano.
Recogí las cajas de encima del capó su coche, crucé la esquina y me solté el nudo de la corbata para poder respirar mejor y exhalar todo el aliento que había ido racionando. Acto seguido llamé al director comercial del área de Barcelona, que en realidad no dejaba de ser un sumiso mindundi de aquellos a los que les pones un buen cargo en las tarjetas de visita y les sienta como si les hubiéramos entregado una tarjeta visa sin límite. No me extrañaría nada, pero que nada en absoluto, que las utilizaran para ligar en discotecas en estados etílicos considerables. Cojones, si yo le he hecho. Como además de un mindundi vacilón éste era, si cabe, más pelota que servidor, me confirmó que para dentro de dos días me enviaría el estudio. Las únicas pautas que le di fue que siguiera exactamente las mismas directrices que yo le había enmascarado al director financiero y que, sobre todo, se trataba de algo extremadamente confidencial. Acató sin rechistar. Faltaría plus. Empezando por la tienda Disney.

A ver...

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