domingo, 30 de mayo de 2010

El Regalo de Bodas

Ayer me sobrevino de nuevo todo lo que debía retomar, que desemboca en una sola consecuencia. Los Grandes Éxitos de los 90. No es más que el último y único proyecto literario que tengo en mente, dedicado a los amantes del fracaso y a los fans del error en sí. Suena un tanto pretencioso, pero nada más alejado de la realidad. Yo sólo quiero terminarlo y, ayer, en la mesa número 2 de la boda,la que flanqueaba a la derecha la mesa nupcial, me desdibujaba yo dando buena cuenta del güisqui, enmarcado en un retrato cargado de inciertas dosis de surrealismo.
Instante antes, durante la misa:
-Hijos míos, ¿os sentís felices en este momento? -preguntó el cura. Miró fijamente a los novios, que respondieron firmemente.
-Sí.
-Pues Dios lo está mucho más. -Os jodéis, le faltó decir.
Es lo que tienen las bodas católicas apostólicas vallesanas, que el que mola es Jesucristo y Dios te salve María, que llena eres de Gracia. Yo creía -a modo de creyente- hace algunos años que el respeto a la Iglesia debía ser algo a mantener mientras tuviera que asistir a ceremonias de similar índole, por cuestión de respeto y etcétera, sin embargo al verme sostener las carcajadas en la palma de mi mano bien aferrada a la boca bajo una desagradable imagen de la crucifixión, de lo más sangriento que yo recuerdo, así, visto en vivo, me hizo replantearme este hecho y que, si nadie dice lo contrario, lo importante es divertirse, allá donde vayas.

Luego los aperitivos, desde jamón ibérico a Sashimi, pasando por las croquetas y los calamares. Así de buenas, bien para empezar, luego en las mesas vinos, crepes centelleantes, solomillos mesetarios y salsas al Oporto. Cava y brindis, el güisqui del primer párrafo, brindis, tarta y más brindis; las mujeres destrozaban sus lacrimales cada vez que aquel viejo recitaba sus poesías, habiendo sido capaz, en público y sin vergüenza alguna, de rimar la palabra ilusión consigo misma, en sendos versos consecutivos. Puto plasta. La senectud de hoy en día no respeta a sus jóvenes. Tengo 32 años y no sé de qué lado estoy, el caso es que ahí todo eran parejas bien parecidas que un momento u otro aprovechaban para filetearse y escarbar bajo las faldas, y entrometerse en los bolsillos de los pantalones. Pantalones de pinza y bambas azules, por otra parte, con dos cojones y viva la modernidad.

Y yo a un lado, apareciendo únicamente en los casos que más me requirieron, es decir:
-En la barra para servirme los cubatas.
-Formando un pogo cuando todo el mundo se disponía a iniciar la coreografía de Coyote Dax en la canción Sopa de Caracol, o algo así.
-Meterme en todas las fotos haciendo el gilipollas con el único objetivo de torpedear la labor de los fotógrafos varios / cámara, sin que ello me supusiera esfuerzo alguno.

Así que regresé a casa orgulloso, con la sensación de que bastantes temas se iniciaban en el recorrido de vuelta, encerrado en el autocar con el viejo plasta, que dejó a un lado los poemas para empezar a contar chistes manidos, largos y por todos sabidos y saetas en primavera y un par de intentos de bajar en marcha del autocar.



Me despido de esta página y me paso a otra, a retomar el quinto capítulo, de 20, dejando mi regalo de bodas a los Novios, un regalo que no leerá nadie de los que ayer asistieron al evento narrado salvo un servidor, por lo que textos más inútiles que este habré escrito pocos. A mí la verdad, me dejó bastante satisfecho, aunque nada en comparación con lo que siente Dios ahora mismo (pedorreta).

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