domingo, 7 de febrero de 2010

St. Vincent

Cruzaba el aparcamiento de Sant Joan, no hará ni media hora, bajo un horizonte oceánico inmenso, sonriente. Y es que así da gusto.

De momento 2010, salvo el descalabro inicial, está siendo diferente a los años previos, lo juzgaría como armónico. Y muy bien, porque me siento tan fuerte como tranquilo, lo suficientemente en paz conmigo mismo como para otorgarme el derecho de cagarme en el resto de la gente sin atisbo de culpabilidad ni necesidad de razones. Es igual, ahora, a través de este enorme ventanal, si miro hacia arriba, sólo hay un océano en el cielo, y si te ubicas bien, ningún cable impedirá que sientas que estás a punto de zambullirte en él.

La verdad, soy bastante cagón, si me subo un par de pisos más arriba –evidentemente- seré incapaz de convencer a mi cuello de que ponga a mi cabeza mirando al sol. Es irremediable, cuando pierdo la sensación de horizontalidad estoy perdido, un frío hormigueo se inicia no quieras saber donde y se extiende hasta el punto de torcer la rodilla con tal de reforzar la necesidad de un suelo inmediato.

Todo esto viene a una intención metafórica a la par que plausible (muy plausible) y a la pretensión nada avara de querer continuar evolucionando; así como un día comencé a disminuir el número de veces que tartamudeo, debo comenzar a aumentar ciertos niveles de conformismo que hasta la fecha no he terminado de arraigar. Esto es volver a retomar ciertas habilidades sociales, abrirme de nuevo, pero siendo capaz de distinguir el quién, el cómo, el porqué, y siendo muy consciente de que la empatía es un sustantivo que no tiene derivados.



Mientras tanto, ya que lo que lo aquí escrito hoy no tiene puta gracia y no tengo ganas de volver a escribir el chiste del fin de semana, dejo aquí este vídeo de St. Vincent (suspiro y ojos clavados en los fluorescentes), que con un título tan macabro ha sido para mí el descubrimiento tardío de este fin de semana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario